Aquí estoy otra vez, solo en esta tarde sola, absurdo
entre dos nadas, dispuesto firmemente a dejarme ser, a dejarme estar, mientras la
duda acecha, revolotea el miedo, las emociones gritan, y simplemente,
rodeado de la tarde, que se va haciendo ya noche, sentado en los sonidos del
mundo que me llegan desde la calle, estoy tranquilo, y voy rechazando un
pensamiento tras otro, como los pájaros que ahora
observo, que cambian de dirección sin que yo lo entienda. Observo su hermoso
vuelo, para mi arbitrario, y no me preocupa encontrarle un sentido. Son la
tarde, son todas las tardes. No escribo hoy porque ninguna urgencia, ningún
otro me posea. No necesito poner en palabras. Ni siquiera decir ven. Estoy
aquí, viendo los pájaros marcharse con la tarde y lo anoto porque es bello. Por
hacer otra cosa que no sea fumar mientras contemplo y aún así fumo. Constato que escribir es
traer lo ausente, por memoria o por deseo, o porque siguen, se esconden, las
palabras en el silencio, supongo. Porque hoy no quiero gritar socorro, ni
tampoco salir corriendo hacia la vida. Por eso lo anoto, quizá, por su
sencillez y su rareza, porque es lo común, como los pájaros, que escasamente
miramos. Todo lo que no digo es lo que veo, lo que digo es lo que no siento.
Porque también vivir es esto: no recordar la muerte, ni el
vértigo, ni el abismo, ni el amor, ni siquiera el deber de mañana o de hace un
rato; estar solo en la tarde sola, absurdo entre dos nadas, como un apunte en
acuarela, sin un Tú, sin un Yo, sin ninguna mayúscula, con los saberes a punto,
pero sin filo; sin cortar la carne. Sin decir adiós.
El sábado por la noche, sin previo aviso, como suele suceder
en estos casos, escribí un largo poema. No eran los Cuatro cuartetos de Eliot,
pero era mío; parte de mi camino, de la memoria aún no creada de mi raza, que
diría Joyce.
El sábado por la noche (era tarde ya), debía descansar,
porque al día siguiente tenía que ejercer como presidente en las elecciones
europeas. Había sido además un fin de semana largo, de poco sueño y mucha vida,
así que una vez que el poema había llegado a un estado que me pareció
suficiente (no acabado, por supuesto), lo copié para guardarlo, cerrar el
ordenador e irme a dormir. En un instante, no sé que hice, pero lo perdí. Algo
en mi ya muy cansada mente falló y el poema desapareció. Inmediatamente supe que
era irremediable, para siempre, y mi primera tentación fue aceptarlo, cerrar el
ordenador y dormirme (suelo escribir en la cama). Vaya gran lección me daba la
vida, pensé. Y me sentí a gusto y orgulloso de entenderla y aceptarla tan
rápidamente.
Por supuesto, lo siguiente que hice fue, por si acaso, mirar
en Google como recuperar textos perdidos en el disco duro. No perdía nada por
un pequeño intento. Debía dormir, pero ¿y si era fácil, y podía recuperarlo,
engañando a la gran lección de la vida? Premio doble: aprendizaje y mi poema.
Por supuesto, me dieron las seis de la mañana descargándome
programas que no sabía utilizar, aumentando mi anhelo, mi frustración y mi
cansancio.
Dormí una hora, me duché, un café y me fui a la mesa
electoral, hecho un zombie sin poema. No dejaba de pensar que no iba a poder
con el día, pero había que hacerlo: fue un día precioso, tranquilo, rodeado de
lo humano concreto, lejos de la arquitectura en niebla de la poesía. Mi
cansancio se esfumó y no sólo pude sino que disfruté de hacer mis funciones
civiles durante el día.
Por la tarde ya, cuando los votantes escaseaban, y andábamos
todos remoloneando por el centro electoral, aguardando la hora del cierre para
el escrutinio, me vi dulcemente tentado a recuperar de mi propia memoria, de mi
disco duro, los restos del poema. Sabía que no era posible entero, pero
recordaba muchos fragmentos importantes, así que pensé un título posible:
fragmentos de un poema, y me puse a ello. Mientras los demás fumaban o
discutían de posibles votos nulos, fui apuntando los restos en un folio. A lo
mejor podría luego trabajarlo, añadir la pérdida al poema. Cambié el título
mientras iba mecánicamente reproduciendo lo que recordaba: palimpsesto sobre la
niebla de la memoria (muy pretencioso, habría que trabajarlo, pensé). Esta vez
el escrito iba a boli, así que no podía esfumarse. Enseguida había cosas que
hacer, así que, y como la primera vez, dándolo por suficiente sin estar
acabado, lo guardé en el bolsillo y me puse a mis funciones.
Acabado todo, los resultados electorales no cambian nada en
lo sustancial, pero tienen un tinte esperanzador. Me tomé una cerveza con
amigos, comentamos todo muy rápidamente y a dormir, que ya tocaba.
Hoy lunes, hay dos poemas: uno en mi memoria, perdido para
siempre; otro junto a mi cama, de mi puño y letra, que permanecerá mientras
permanezca. Son el mismo y no lo son. Hay dos mundos también, el de la
intimidad de la noche, y el del abrazo humano del día. Hay dos lecciones
también: la aprendida en el instante en que el poema primigenio se esfumó y la
aprendida en el entorno de las elecciones. Hoy una representante del poder ha
dicho: “Ganamos más o ganamos menos, pero siempre ganamos”. Algunos la han
tomado por tonta, pero tiene toda la razón. Siempre ganan ellos. Los poemas
siempre se pierden para siempre. No lo olvido. De momento he decidido no
reescribir el poema y conservar simplemente para mí esos restos. Siempre ganan
ellos, pero estoy de alguna manera contento, les hemos ganado un poco. La vida
sucede así, eso estaba en mi poema:
“¿qué tienen en común todas las historias de amor? Ser
únicas”
Si quitamos la palabra amor, la frase sigue siendo cierta.
Si lo colocamos al revés, también es cierto:
“¿qué tienen de único todas las historias? Ser comunes,
iguales unas a otras”
Podría seguir escribiendo, pero lo doy por suficiente, lo
sustancial está dicho. No importa si se borra o no, seguirá emergiendo y
actuando.
En mi poema hablaba de que el estilo no importa. A la mierda
el estilo, decía muy literariamente. Algo de eso hay.
Un fragmento daba corazón a todo lo escrito:
“Ella estaba allí. Este es el único verso de este poema”
Un verso tan sólo.
Disculpad si hay alguna errata, o errores de puntuación o de
sintaxis. Me es indiferente. No pienso corregirlo. Es así. Esto no es
literatura. Esto es un momento de felicitación y agradecimiento a todos los que
han trabajado y siguen trabajando, a sabiendas de que todo esta perdido, por
que sigamos ganando a los que siempre ganan. Lo que no vale para el amor, vale
para la política.