lunes, 26 de mayo de 2014

Una pequeña historia

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El sábado por la noche, sin previo aviso, como suele suceder en estos casos, escribí un largo poema. No eran los Cuatro cuartetos de Eliot, pero era mío; parte de mi camino, de la memoria aún no creada de mi raza, que diría Joyce.
El sábado por la noche (era tarde ya), debía descansar, porque al día siguiente tenía que ejercer como presidente en las elecciones europeas. Había sido además un fin de semana largo, de poco sueño y mucha vida, así que una vez que el poema había llegado a un estado que me pareció suficiente (no acabado, por supuesto), lo copié para guardarlo, cerrar el ordenador e irme a dormir. En un instante, no sé que hice, pero lo perdí. Algo en mi ya muy cansada mente falló y el poema desapareció. Inmediatamente supe que era irremediable, para siempre, y mi primera tentación fue aceptarlo, cerrar el ordenador y dormirme (suelo escribir en la cama). Vaya gran lección me daba la vida, pensé. Y me sentí a gusto y orgulloso de entenderla y aceptarla tan rápidamente.
Por supuesto, lo siguiente que hice fue, por si acaso, mirar en Google como recuperar textos perdidos en el disco duro. No perdía nada por un pequeño intento. Debía dormir, pero ¿y si era fácil, y podía recuperarlo, engañando a la gran lección de la vida? Premio doble: aprendizaje y mi poema.
Por supuesto, me dieron las seis de la mañana descargándome programas que no sabía utilizar, aumentando mi anhelo, mi frustración y mi cansancio.
Dormí una hora, me duché, un café y me fui a la mesa electoral, hecho un zombie sin poema. No dejaba de pensar que no iba a poder con el día, pero había que hacerlo: fue un día precioso, tranquilo, rodeado de lo humano concreto, lejos de la arquitectura en niebla de la poesía. Mi cansancio se esfumó y no sólo pude sino que disfruté de hacer mis funciones civiles durante el día.
Por la tarde ya, cuando los votantes escaseaban, y andábamos todos remoloneando por el centro electoral, aguardando la hora del cierre para el escrutinio, me vi dulcemente tentado a recuperar de mi propia memoria, de mi disco duro, los restos del poema. Sabía que no era posible entero, pero recordaba muchos fragmentos importantes, así que pensé un título posible: fragmentos de un poema, y me puse a ello. Mientras los demás fumaban o discutían de posibles votos nulos, fui apuntando los restos en un folio. A lo mejor podría luego trabajarlo, añadir la pérdida al poema. Cambié el título mientras iba mecánicamente reproduciendo lo que recordaba: palimpsesto sobre la niebla de la memoria (muy pretencioso, habría que trabajarlo, pensé). Esta vez el escrito iba a boli, así que no podía esfumarse. Enseguida había cosas que hacer, así que, y como la primera vez, dándolo por suficiente sin estar acabado, lo guardé en el bolsillo y me puse a mis funciones.
Acabado todo, los resultados electorales no cambian nada en lo sustancial, pero tienen un tinte esperanzador. Me tomé una cerveza con amigos, comentamos todo muy rápidamente y a dormir, que ya tocaba.
Hoy lunes, hay dos poemas: uno en mi memoria, perdido para siempre; otro junto a mi cama, de mi puño y letra, que permanecerá mientras permanezca. Son el mismo y no lo son. Hay dos mundos también, el de la intimidad de la noche, y el del abrazo humano del día. Hay dos lecciones también: la aprendida en el instante en que el poema primigenio se esfumó y la aprendida en el entorno de las elecciones. Hoy una representante del poder ha dicho: “Ganamos más o ganamos menos, pero siempre ganamos”. Algunos la han tomado por tonta, pero tiene toda la razón. Siempre ganan ellos. Los poemas siempre se pierden para siempre. No lo olvido. De momento he decidido no reescribir el poema y conservar simplemente para mí esos restos. Siempre ganan ellos, pero estoy de alguna manera contento, les hemos ganado un poco. La vida sucede así, eso estaba en mi poema:
“¿qué tienen en común todas las historias de amor? Ser únicas”
Si quitamos la palabra amor, la frase sigue siendo cierta. Si lo colocamos al revés, también es cierto:
“¿qué tienen de único todas las historias? Ser comunes, iguales unas a otras”
Podría seguir escribiendo, pero lo doy por suficiente, lo sustancial está dicho. No importa si se borra o no, seguirá emergiendo y actuando.
En mi poema hablaba de que el estilo no importa. A la mierda el estilo, decía muy literariamente. Algo de eso hay.
Un fragmento daba corazón a todo lo escrito:
“Ella estaba allí. Este es el único verso de este poema”
Un verso tan sólo.
Disculpad si hay alguna errata, o errores de puntuación o de sintaxis. Me es indiferente. No pienso corregirlo. Es así. Esto no es literatura. Esto es un momento de felicitación y agradecimiento a todos los que han trabajado y siguen trabajando, a sabiendas de que todo esta perdido, por que sigamos ganando a los que siempre ganan. Lo que no vale para el amor, vale para la política.

Los Beatles siempre serán los Beatles.

Salud, compañeros.




1 comentario:

  1. Los restos de tu poema, lo que no recuerdas, y, por supuesto, yo no sé...eso es lo que he visto en tu vuelta al papel. Es como aquello que dijeron una vez: los viejos sueños, nunca se cumplieron pero me alegra haberlos tenido...Así es tu poema esfumado, infinito. Te vendrán palabras pero nunca será ese que perdiste o que decidió marcharse, ¿quién sabe qué cosas hacen que se nos vuelva la tortilla en un segundo?
    Siempre ganan otros, sí, Esta vez también pierdo yo, y no lo tengo, pero lo soñé muchas veces, y aunque no se hicieron realidad me alegra haberlo besado esas noches.
    Me emociona tu vuelta y eso que te conozco nada. Tengo la sensación que soy un poco tú sin los conocimientos musicales, o sea, coja. Un abrazo

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