domingo, 18 de marzo de 2012

piano en domingo (III)





Nota: La calidad de sonido es increíble, se oye crujir la banqueta, respirar a Zimerman, doblarse la onda cuando se levanta el pedal. ¡Impresionante!

lunes, 12 de marzo de 2012

un poco marx, por favor



"Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvido de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa. Caussidière por Danton, Louis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío. ¡Y la misma caricatura en las circunstancias que acompañan a la segunda edición del dieciocho brumario!

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de producir libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lengua natal.




Si examinamos aquellas conjuraciones de los muertos en la historia universal, observamos en seguida una diferencia que salta a la vista. Camille Desmoulins, Danton, Robespierre, Saint Just, Napoleón, lo mismo los héroes que los partidos y la masa de la antigua revolución francesa, cumplieron, bajo el ropaje romano y con frases romanas, la misión de su tiempo: es decir, la eclosión e instauración de la sociedad burguesa moderna. Los primeros destrozaron la base del feudalismo y segaron las cabezas feudales que habían brotado en ella. Napoleón creó en el interior de Francia las condiciones bajo las cuales podía desarrollarse la libre concurrencia, explotarse las propiedad territorial parcelada, utilizarse las fuerzas productivas industriales de la nación, que habían sido liberadas; mientras que del otro lado de las fronteras francesas barrió por todas partes las formaciones feudales, en el grado en que esto era necesario para rodear a la sociedad burguesa de Francia en este continente europeo de un ambiente adecuado, acomodado a los tiempos. Una vez instaurada la nueva formación social, desaparecieron los colosos antedichos, y con ellos el romanismo resucitado: los Bruto, los Graco, los Publicola, los tribunos, los senadores y hasta el mismo César. Con su sobrio realismo, la sociedad burguesa se había creado sus verdaderos intérpretes y portavoces en los Say, los Cousin, los Royer-Collard, los Benjamin Costant y los Guizot; sus verdaderos generalísimos estaban en las oficinas comerciales, y la "cabeza mantecosa" de Luis XVIII era su cabeza política. Completamente absorbida por la producción de la riqueza y por la lucha pacífica de la concurrencia, ya no se daba cuenta de que los espectros del tiempo de los romanos habían velado su cuna.


Aquí tampoco, Francisco de Goya (1812-1815)


Pero, por muy poco heroica que la sociedad burguesa sea, para traerla al mundo habían sido necesarios, sin embargo, el heroísmo, la abnegación. el terror, la guerra civil y las batallas de los pueblos. Y sus gladiadores encontraron en las tradiciones clasicamente severas de la república romana los ideales y las formas artísticas, las ilusiones que necesitaban para ocultarse a sí mismos el contenido burguesamente limitado de sus luchas y mantener su pasión a la altura de la gran tragedia histórica. Así, en otra fase de desarrollo, un siglo antes, Cromwell y el pueblo inglés habían ido a buscar en el Antiguo Testamento el lenguaje, las pasiones y las ilusiones para su revolución burguesa. Alcanzada la verdadera meta, realizada la transformación burguesa de la sociedad inglesa, Locke desplazó a Habauc.

En aquellas revoluciones, la resurreción de los muertos servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder en la realidad ante su cumplimiento, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez su espectro".


El 18 Brumario de Luis Bonaparte
Karl Marx, 1852

Para quien esté interesado el texto completo puede leerse online. Gran Literatura.

domingo, 11 de marzo de 2012

piano en domingo (II)



bienestar en la pintura






Esta mañana hemos estado paseando por entre los cuadros de Cirilo Martinez Novillo (Vallecas, Madrid, 9 de julio de 1921 - Madrid, 15 de julio de 2008). Se expone parte de su obra, paisajes y bodegones de sus últimos años, en la  Sala de Exposiciones de La Lonja de Alicante. Su pintura es reconfortante, nutritiva, serena. Proporciona de inmediato paz e interés; ganas de adentrarse en ella, sin furor, a la distancia de la observación, siempre. Y te va llenando. Templando por dentro. Devolviéndote muy despacio a una clase de ilusión por la vida. Sin urgencia, con determinación. 

Consiste esta pintura en una depuración de la representación figurativa. Una especie de ascetismo lleno de amor y respeto por la luz, por la representación, por lo terreno, por lo íntimo. No hay fogonazo místico, sino gusto por la sustancia, desinterés por lo superfluo. No es esto el arenque de la idea con que se alimentan los fanáticos, más bien un banquete castellano desprovisto de jolgorios innecesarios. Gran número de los paisajes consisten en extensas superficies de color, con un escorzo de edificación, y dos personas, siempre dos, como fantasmales, camino del horizonte. Un mínimo de civilización al fondo entre juegos de cielo y tierra. Luz y materia.

De repente, ante uno de los bodegones mágicos de la exposición, un momento de perturbación, de oscuridad: una referencia a la realidad, no venida del cuadro, se apodera del espectador. Una ruptura del pasear estético se convierte en un adentramiento de la imaginación en el más allá del cuadro; en el inconsciente del pintor; en la referencia real del motivo.




¡Qué soledad inhabitable la de esa sala, pobre de objetos, llena de tiempo en que se ha debido realizar el trabajo físico de la obra!

El cuadro ahora está casi vacío, asustando. La realidad referida no está en el cuadro.

Una idea insistente, sencilla, antigua, viene con fuerza: la catarsis. Que es desde luego otra cosa, lo sé, que tiene que ver con lo dramático y con los fantasmas, lo sé. Pero todo el mundo cree entenderla y refiere con comodidad a esa particularidad del sitio donde se desarrolla el arte, donde tiene sentido. Quizá sería mejor hablar del estilo (no enfrentado a la gracia). Pero el pensamiento empieza a deshilacharse y desfallece pronto: qué desinterés por la explicación academica de la cosa. Mejor volver a leer a Aristóteles y ya está. Como por ensalmo la nube se cierra y estamos otra vez en el mundo de la pintura, en esa suspensión mágica que dura la contemplación.

Nos quedamos un rato más y luego salimos a la luz, de nuevo, del Mediterráneo, con sus bandas de música, sus cohetes, sus alcaldes, sus familias en bicicleta. No molestan ahora tanto, somos casi pintura nosotros un rato, en domingo y en eso nos reconfortamos.