domingo, 2 de octubre de 2011

mariposeo y digitación



I

Es increible la capacidad de distracción de un hombre a quien su trabajo aburre, intimida o estorba: cuando estoy en el campo y trabajo (¿en qué? me releo, ¡desafortunadamente!) las distracciones que me suscito cada cinco minutos son las siguientes: vaporizar una mosca, cortarme las uñas, comerme una ciruela, ir a mear, comprobar si el agua del grifo sigue saliendo lodosa (hubo un corte en el agua hoy), ir a la farmacia, bajar al jardín a ver cuantos duraznos maduros hay en el árbol, hojear el periódico, armarme un artefacto para sostener mis papeles, etc.: el rastreo.

(El rastreo tiene algo de esa pasión que Fourier llamaba la Variante, la Alternancia, el Mariposeo)



II

En el piano, la "digitación" designa (...) sólo una manera de numerar los dedos que deben tocar tal o cual nota; la digitación establece en forma reflexiva lo que habrá de convertirse en automatismo: es, en suma, el programa de una máquina, una inscripción animal. Ahora bien, si yo toco mal -además de la carencia de velocidad, que es un puro problema muscular- es porque no retengo nunca la digitación escrita: improviso en cada interpretación, más o menos bien, el lugar de los dedos, y por ello no puedo tocar nunca nada sin equivocarme. La razón es evidentemente que quiero un goce sonoro inmediato y rehuyo el fastidio del entrenamiento, pues el entrenamiento impide el goce -aunque en aras, es verdad, según dicen, de un goce ulterior mayor: se le dice al pianista (como los dioses a Orfeo): no se vuelva prematuramente hacia los efectos de su interpretación. La pieza, en la perfección sonora que imaginamos sin alcanzar nunca realmente, actúa entonces como un fantasma: me someto alegremente a la orden del fantasma: "¡Inmediatamente!", aún a costa de una perdida considerable de realidad.


Roland Barthes (1915-1980),  Roland Barthes por Roland Barthes, Ed. Kairos, 1978