domingo, 22 de junio de 2014

Verano (I)


En un lugar de La Mancha, cuyo nombre espero no olvidar jamás, hace no mucho tiempo que vivía, (hacia principios de los años 90), un  adolescente hidalgo que se pasaba las noches de verano en vela, cuando no tenía dinero para salir, escuchando el mismo disco una vez tras otra; una noche tras otra. Fumaba, aún a escondidas, por la ventana que había junto a su cama. Todo estaba oscuro, con la sola luz de la luna, y en el silencio entre canción y canción venía flotando por el aire como en contrapunto, el sonido fundido de pueblo y campo. A lo lejos la carretera, el rumor de una fiesta injusta, los grillos y las chicharras entre hierbajos. Los cascos bien hundidos hasta el tímpano y el volumen a tope en el walkman. Se agradecían como la salvación las pequeñas ráfagas de aire que a veces entraban por la ventana. El resto era un calor que ni siquiera soñaba con el aire acondicionado. Era el verano y el adolescente no dejaba de pensar en ella y en la potente y viril melancolía del sonido de aquel cantante y aquel grupo. Nada de belleza innecesaria. Era el amor, era la música, era la vida. Podía sentir la potencia de vivir. Era el verano. El gran temible hermoso verano.

Hoy sigue en La Mancha ese ya también no lugar, otro de tantos, cuyo nombre aún recuerdo, y cuya presencia augusta y reconocible no ha dejado de emerger, reticente a los adjetivos,  desde las entrañas de la piedra y de la tierra y del fondo escondido del agua. Hay piscinas en las terrazas. Eso es nuevo. Sentados en su borde, refrescándonos los pies, alcanzamos a ver sin ira ni repugnancia, la improbable convivencia de tejados y bloques de edificios. El oido se anestesia a voluntad. Así, todo viene a la mirada. Y la mirada goza en paz sobre la ciudad remozada, violada sin furia por el simple suceder del progreso. Destaca el viejo campanario, nunca antes apreciado, y sobre él una Capilla Sixtina de nubes que es casi toda la historia de la humanidad revelándose en juego; todo el hacerse y deshacerse sin piedad de la potencia colosal de la naturaleza transformándose magnífica frente a nosotros. Ahí están todos los hombres que admiro y amo, todos muertos ya, todos presentes, envueltos en la potencia de un cielo de La Mancha. La noche es un tránsito alegre y carnavalesco entre la luz y la pura luz. De ella vienen los fogonazos. Alientan, pero no confunden. Fumamos ahora sin escondernos, pensando en dejar ya ese torpe hábito. La misma chica, que es ya también mujer. El mismo hidalgo, ahora también hombre. Conversan y se escuchan hasta que todo va siendo entre ambos un pulso estable. El tempo, andante. Todos los contrapuntos se oyen. No tratan de impresionar a nadie. Era la memoria, era la vida, era el cariño. Era verdaderamente escuchar. Eso era lo que había en el poema. Se ríen. En unos buenos altavoces, olvidado ya el soporte físico, (estará en cualuier casa, en cualquier caja, en cualquier estantería o maletero de coche) sin fetiches, a través de Youtube, otra vez el mismo disco.  Los tiempos verbales se confunden, pero no tanto. Pasado es pasado. Futuro es futuro. El presente es incierto, humilde, amoroso. Es el verano. El gran temible hermoso verano.

 
Complete & Unbelievable: The Otis Redding Dictionary of Soul (1966) 


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