domingo, 11 de marzo de 2012
bienestar en la pintura
Esta mañana hemos estado paseando por entre los cuadros de Cirilo Martinez Novillo (Vallecas, Madrid, 9 de julio de 1921 - Madrid, 15 de julio de 2008). Se expone parte de su obra, paisajes y bodegones de sus últimos años, en la Sala de Exposiciones de La Lonja de Alicante. Su pintura es reconfortante, nutritiva, serena. Proporciona de inmediato paz e interés; ganas de adentrarse en ella, sin furor, a la distancia de la observación, siempre. Y te va llenando. Templando por dentro. Devolviéndote muy despacio a una clase de ilusión por la vida. Sin urgencia, con determinación.
Consiste esta pintura en una depuración de la representación figurativa. Una especie de ascetismo lleno de amor y respeto por la luz, por la representación, por lo terreno, por lo íntimo. No hay fogonazo místico, sino gusto por la sustancia, desinterés por lo superfluo. No es esto el arenque de la idea con que se alimentan los fanáticos, más bien un banquete castellano desprovisto de jolgorios innecesarios. Gran número de los paisajes consisten en extensas superficies de color, con un escorzo de edificación, y dos personas, siempre dos, como fantasmales, camino del horizonte. Un mínimo de civilización al fondo entre juegos de cielo y tierra. Luz y materia.
De repente, ante uno de los bodegones mágicos de la exposición, un momento de perturbación, de oscuridad: una referencia a la realidad, no venida del cuadro, se apodera del espectador. Una ruptura del pasear estético se convierte en un adentramiento de la imaginación en el más allá del cuadro; en el inconsciente del pintor; en la referencia real del motivo.
¡Qué soledad inhabitable la de esa sala, pobre de objetos, llena de tiempo en que se ha debido realizar el trabajo físico de la obra!
El cuadro ahora está casi vacío, asustando. La realidad referida no está en el cuadro.
Una idea insistente, sencilla, antigua, viene con fuerza: la catarsis. Que es desde luego otra cosa, lo sé, que tiene que ver con lo dramático y con los fantasmas, lo sé. Pero todo el mundo cree entenderla y refiere con comodidad a esa particularidad del sitio donde se desarrolla el arte, donde tiene sentido. Quizá sería mejor hablar del estilo (no enfrentado a la gracia). Pero el pensamiento empieza a deshilacharse y desfallece pronto: qué desinterés por la explicación academica de la cosa. Mejor volver a leer a Aristóteles y ya está. Como por ensalmo la nube se cierra y estamos otra vez en el mundo de la pintura, en esa suspensión mágica que dura la contemplación.
Nos quedamos un rato más y luego salimos a la luz, de nuevo, del Mediterráneo, con sus bandas de música, sus cohetes, sus alcaldes, sus familias en bicicleta. No molestan ahora tanto, somos casi pintura nosotros un rato, en domingo y en eso nos reconfortamos.