miércoles, 21 de septiembre de 2011

mazurka



A veces jugamos.


Imaginamos que la música que escuchamos suena en un salón en el que acabamos de entrar. No sé si venimos a caballo o estamos en París, o vestimos polainas. Vivimos todavía en un tiempo en el que la música no puede reproducirse. Sólo puede leerse o tocarse. Pero no podemos rebobinar, aún.
El caso es que oímos el piano comenzar y parece que ya estuviera sonando desde hace un rato, lleno de melancolía, pero tambien como para llenar el tiempo de un día cualquiera, con recuerdos de un baile, de un amor, de un momento alegre.
Podemos imaginar la música llenando las estancias de una casa de campo apacible. Y enseguida esa figura obsesiva, esos acordes atacados con fuerza a los que sigue una progresión lírica una y otra vez, hasta cuatro, simples repeticiones, como el que se deleita en un baile, o como quien tira una pared a martillazos. Sabemos lo que es un a estructura ternaria, la vemos aquí: sección A, sección B contrastante, vuelta a A, lo sabemos. Sabemos que tras la bravura toca volver al principio. Pero esta pieza, que es tan pequeña que es casi un juego, un atisbo, tiene un secreto: mágicamente, una sola frase, se presenta sin acompañamiento, de la nada, como un sujeto de una fuga, o como un simple boceto. Se presenta en mitad de la obra y nos reclama. Una línea precisa; sencilla pero misteriosa, que se repite moviéndose, buscando. Duda. Es tan breve el motivo que no nos da tiempo a reconocerlo la primera vez. Enseguida se transforma y se desliza por un cromatismo que no nos deja distinguir. Y entonces volvemos a esa melodía eterna del principio, a la paz.
Pero queremos volver a ese momento de la línea sola: hemos visto a Chopin componiendo! Esta ahí! Lo hemos visto aparecer dándole vueltas a la frase que originó la pieza, allí escondido entre una sección y otra.
La musica, que es tiempo, nos ha empujado fuera de ese momento con la consistencia de la corriente de un río, a lo apacible, al recuerdo del baile, al salón. A la sección A a la que sabíamos que íbamos a volver. La pieza se despide con una cadencia mínima. El intérprete se levanta, nos saluda y vamos ya a otra cosa, canturrendo:

-re re famire la si solremi fa lasol fa do re.... ta ta tiarara ta ti ra ro to tararira ro to re..... 

El sujeto desnudo no lo recordamos, pero lo llevamos dentro. Hemos asistido a algo.

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